Corea no comenzó a utilizar monedas hasta la dinastía Goryeo (936-1392 D.C.), aunque la mayoría de la gente siguió comerciando mediante el trueque basado en materias primas como los granos de arroz o la ropa hasta bien entrada la dinastía Joseon.
El dinero que llegó a circular durante la dinastía Goryeo eran sobre todo monedas de cobre o hierro importadas de China, aunque en un determinado punto el propio reino de Goryeo también acuñó su propia moneda en el año 996.
Moneda con la inscripción 乾元重寶 (geon won jungbo) en su anverso y 東國 (dong guk) en el reverso.
Esta moneda (mostrada arriba) es reconocida como la primera moneda de la historia acuñada en Corea. En el anverso tiene la inscripción 乾元重寶 (geon won jungbo), que quiere decir «moneda fuerte del emperador Su Zong» a manera de copia de las monedas chinas con la misma inscripción que circulaban por la península. Lo único que la diferencia de estas últimas es la inscripción del reverso, 東國 (dong guk), que quiere decir «país del Este», para indicar que provienen de un país situado al este de China —o como se dice en chino: 中國 (jung guk), «país del medio»—, es decir, Corea (Goryeo).
Pero a pesar de la propia acuñación el uso de las monedas en el comercio (propias o chinas) no llegaba a imponerse frente al trueque. A partir del año 1097 el rey Sukjong (肅宗) volvió a intentar implantar un sistema monetario. Comenzó volviendo a acuñar monedas, esta vez con las inscripciones 海東通寶 (hae dong thongbo), 三韓通寶 (sam han thongbo) y 東國通寶 (dong guk thongbo), que quieren decir moneda del Mar del Este, de los tres reinos de Han y del país del Este respectivamente. Los tres nombres hacen una obvia referencia a la península coreana.
Moneda con la inscripción 三韓通寶 (sam han thong bo).
El uso general de las monedas seguía sin cuajar en Corea así que el mismo rey Sukjong tuvo otra idea para no desistir en su implantación de un sistema monetario que remplazara el trueque. Ya que las monedas no parecían funcionar, decidió usar otro objeto como divisa; jarrones de plata con la forma de la península coreana, llamados eunbyeong (銀瓶).
Reproducción de un eunbyeong.
El uso de los eunbyeong de plata llegó a volverse bastante popular dentro de la aristocracia para el pago de grandes transacciones pero, una vez más, el intento de establecer un sistema monetario fracasó y el trueque volvió a imponerse como el medio general de comercio.
Hasta la dinastía Joseon (1392-1897) no se logró imponer la moneda en Corea.
Con el cambio de dinastía el gobierno volvió a intentar por enésima vez imponer un sistema monetario en el país. En el año 1401 el rey Daejong (太宗) decidió utilizar el papel moneda como divisa representativa en lugar de las fracasadas monedas. Esta especie de billetes se llamaban jeohwa (楮貨) e imitaban los billetes chinos que comenzaron a utilizarse en dicho país desde el siglo XIII.
Me despertó la alarma del móvil de prepago que me compré el dia que llegué a Corea. Vi que tenía un mensaje de mi amiga Yumi. Ponte mascarilla. Aquellos días decían que venía una tormenta de arena de China. Cuando salí a la calle comprobé que, efectivamente, había mucha gente con mascarilla, una escena que nunca había visto en Europa. No fueron pocos los ajoshisque me intentaron vender alguna y tengo que confesar que compré una para hacer el paripé, pero tras estar cinco minutos con ella puesta decidí guardarla como un mero recuerdo y no utilizarla más, pues la verdad es que no creía que esa arena pudiera afectar mi aparato respiratorio. La mascarilla era, de hecho, lo que no me dejaba respirar.
Aquella mañana tenía que ir a la Universidad de Ewha para inscribirme en un curso de coreano de tres meses de duración, pues la verdadera razón de mi viaje no era simple turismo sino adquirir una base de coreano.
Dicha universidad se sitúa en una especie de colina, por lo que para llegar hasta ella hay que ascender por unas calles empinadas que, a esas horas de la mañana, se encontraban bastante vacías, en silencio. El cielo nublado y una especie de neblina fina —sería la arena—, envolvían místicamente ese extraño silencio que poco a poco comenzó a romperse por un lejano sonido.Tac, tac, tac, tac, tac…
Subí por aquellas calles estrechas y empinadas aderezadas por las verjas bajadas de tiendas cerradas y la ausencia de gente; me dejé llevar por aquel tac tac y lo acompañé con el sonido de mis jadeos producidos por el cansancio de subir esas cuestas. Tac, tac, tac… Cada vez se oía más fuerte. Los estrechos callejones se abrieron en una amplia calle, a la orquesta de esos chasquidos y a mi aliento se unió el rugir de los coches y el piar de algún tímido pájaro. Los rayos del sol penetraban inclementes la neblina de arena y nubes. Olía a mañana. Aquel ruido peculiar no desaparecía, marcaba el compás de aquella melodía metropolitana y matinal. Los edificios de tiendas, restaurantes, gente despistada con el sueño pegado a la cara, eran el preámbulo a una gran puerta que rompía de un plumazo el gris del asfalto y del humo de los coches, pues tras ella solo había un gran jardín y un camino recto que llevaba hacia un majestuoso edificio de apariencia europea —o norteamericana.
Antes que yo, pasaron por esa puerta decenas de esbeltas mujeres vestidas con elegantes faldas y blusas. Caminaban con un ritmo bastante acelerado pero uniforme, como dando saltitos, apresuradas, marcando, ahora con fuerza, ese ritmo matutino, con sus tacones. Cientos de tacones chocando contra el suelo, uno detrás de otro, como un tambor que anunciaba el comienzo de las clases en aquella universidad para mujeres.
El humo del cigarrillo se alejaba ondeante mezclándose con los últimos rayos del sol de la tarde. La oscuridad era ya acuciante, pero el alumbrado era tan escaso que solo dejaba ver una penumbra únicamente rota por algún que otro letrero luminoso en lo alto. La poca visibilidad no daba más lugar que a dejarme llevar por el resto de mis sentidos. Mientras caminaba, muy lentamente, hacia la estación de metro de Shinchon —donde había quedado casi una hora más tarde—, dejé seducirme por los variopintos olores de aquellas calles. No me atrevería a decir que fueran olores agradables, aromas o perfumes; eran una mezcla de olor a picante y humedad que, sin embargo, me atraían de una manera especial, pues era el olor de lo desconocido, un olor nuevo que sugería aventura, vida, y vida es precisamente lo que Seúl desprende por cada rincón, una vitalidad frenética, incansable, ruidosa, que me esperaba nada más doblar la esquina.
Salí de unos callejones oscuros y empinados para chocarme de golpe con una explosión de destellos y sonidos y, sobretodo, de gente. Aquel inmenso contraste entre las calles solitarias y sin luz de antes y aquel baturrillo de movimiento y estímulos me dejó trastocado por unos segundos. Lo más parecido que había visto a eso en mi vida era quizás el Times Square o el cruce de Shibuya, pero sólo lo había visto en fotos o por la televisión, en cambio esto era en vivo, y nadie me había avisado de ello, y no era ni una plaza ni un cruce, era todo un entramado de calles que parecía no tener fin. «Increíble», pensé. Y como si despertara de un shock, el barullo de la gente, envuelto grácilmente por una canción que me resultaba increíblemente familiar se acercaba poco a poco a mis oídos, como la onda de una explosión. Se trataba de “Sunset Glow” de Big Bang. Ahh, ahh, ahh, ah ah ah, ahh ahh… Cuántas veces había escuchado esa cantinela en mi mp3 antes de venir a Corea, imaginándome mi viaje, imaginándome a mí mismo descubriendo este país. Pero ya estaba aquí. Algo que en un momento me había parecido impensable, viajar tan lejos, solo, casi sin saber el idioma… Na neo reul sarang hae.. I love you girl! ¡No venía de ningún mp3, venía de las mismísimas calles!. Ahora PSY se ha hecho famoso por todo el mundo gracias a Gangnam Style, pero en aquel entonces, escuchar una canción coreana en plena calle sólo podía indicar que estabas en Corea.
Interesante artículo escrito por Andrei Lankov, un académico licenciado en Estudios Orientales,profesor en la Universidad Kookmin en Seúl y autor de varios libros sobre Corea.
Tímido glasnost en Corea del Norte
Cuando hablo sobre Corea del Norte a menudo me preguntan sobre la estabilidad de su régimen, que cuánto se supone que va a durar. Bajo el riesgo de que se me acuse de aplicar de una manera no crítica mis experiencias soviéticas en Corea del Norte, aún me gustaría especular un poco sobre este asunto utilizando mi propio trasfondo soviético.
Como alguien que ha pasado su infancia y juventud en la antigua Unión Soviética, me suelen preguntar sobre las circunstancias que llevaron al colapso de lo que una vez fue un grande e inescrutable superpotencia. La gente se sorprende cuando les digo que, a finales de los años setenta, a veces hablaba con mis conocidos (gente urbana y joven) sobre la posibilidad del colapso de la Unión en un futuro más o menos cercano.
Para cuando Mikhail Gorbachev ya apuntaba maneras dentro del aparato soviético, era evidente para muchos de nosotros que el estado soviético no era sostenible a largo plazo.
La Unión Soviética de los últimos setenta —la que yo viví en mi época de instituto— no era un país lleno de heroicos disidentes contra fieros agentes de la KGB o fanáticos comunistas inclementes. Ese tipo de gente quizás sí que existiera, quién sabe, pero yo, en toda mi vida, nunca me encontré con alguien así.
En los años setenta la disidencia abierta era bastante rara en el país. Los disidentes eran un grupo pequeño y más bien aislado; unos pocos miles de miembros activos que, sí que es verdad, contaban con decenas de miles de simpatizantes. La mayoría de los disidentes vivían en Moscú y eran miembros de las familias mejor educadas y más pudientes de la Unión Soviética. Un chico de la clase obrera como yo lo tenía difícil para encontrarse con gente así en su día a día.
Aunque había estado estudiando el idioma coreano ya durante algunos años, mi primer contacto real con el país, la primera visita, fue hace cuatro años en 2009. Vine como turista y estuve viviendo en el país durante tres meses. Puedo decir que esos tres meses cambiaron mi vida e hicieron que me enamorara de este país. Es por ello que guardo el recuerdo de aquellos primeros tres meses en Corea con mucho cariño. Pese a ello, nunca había escrito sobre esta época ni compartido esa experiencia tan trascendente para mí, así que, aunque algo tarde, he decidido compartirla ahora, eso sí, con la lejanía y neblina que da el paso del tiempo.
Tras un largo viaje desde Madrid, llegué al aeropuerto de Incheon. Me impresionó la modernidad, amplitud y limpieza visible en todas aquellas instalaciones. Nada más salir del avión y pasar por el control de aduanas, me encontré esperando un tren que te llevaba en minutos a la terminal principal de donde salen todos los autobuses y trenes que van hacia Seúl. Una vez allí, me vi un poco perdido, miles de carteles hacia todas las direcciones, mis maletas pesadas, un montón de gente yendo y viniendo, yo en medio de todo aquello, confuso, sin saber a dónde tenía que ir exactamente. Todavía no sentía que estaba ya en Corea, aquello simplemente era un aeropuerto más, un lugar meramente internacional fruto de la actual globalización.
Con mis precarias nociones de coreano de aquel entonces, ayudado también del inglés, conseguí preguntar y averiguar dónde estaba la salida de todo aquel conglomerado. Ahora tenía que comprar el billete del autobús que me llevara al barrio donde se encontraba mi alojamiento. Mientras que aturdido en ese caos de líneas y recorridos intentaba descubrir qué autobús debía coger, preocupado de que nadie me robara mis maletas (ingenuo de mí, como buen español, no podía creer que existieran en este mundo países en donde los robos son anecdóticos), un señor de mediana edad, denominados en Corea del Sur, ajoshis (palabra que usaré probablemente a lo largo de este texto), vino hacia mí y con un inglés macarrónico me preguntó dónde vivía. Hey, where live? En un primer momento pensé que era algún oficial de inmigración que debía tomar mis datos. Yo, confiado de mí, rápidamente le mostré la dirección del lugar en donde me iba a hospedar, que tenía apuntada en un papelillo. La expresión de aquel hombre se tornó sonrisa. Ohh, I help, I help. Acto seguido cogió mi maleta, sin borrar esa amplia sonrisa de la cara. Ahí fue cuando me di cuenta de todo. Era un taxista que seguramente me quería sobre-cobrar, como extranjero-turista inexperto que yo era, por llevarme a donde tenía que ir. En aquel momento, consciente de que probablemente me quería timar, pero, por otro lado, consciente también de la comodidad que suponía ir en taxi sin preocuparme por que autobús coger (cosa que todavía no sabía), y por cuánta distancia tendría que caminar con mis maletas a cuestas, decidí que al fin y al cabo no era una mala opción dejarme llevar por él. Le pregunté cuánto me podía costar aquel viaje, me dijo que unos 80.000 wones (60 euros), y yo le dije que me fiaba de él pero que no tenía más de 100.000 wones para pagarle. El no me dijo ni que bien ni que mal, simplemente soltó una risa cómplice, pero supongo que eso me bastó.
Recuerdo que durante aquel viaje en taxi comencé a notar que sí, que ya estaba en Corea. Aquella amplia sonrisa que había visto antes en la cara del ajoshi, se había trasladado ahora a la mía. Más que los edificios o escenas que rodeaban la carretera, lo que me llamó verdaderamente la atención fueron los coches. La inmensa mayoría de color plata, blanco o negro, con una especie de retrovisor en la parte de atrás, una especie de tacos de color azul en las puertas para evitar rayaduras a la hora de aparcar y unas matrículas cuadradas y de color verde (en el año 2009 la mayoría de las matrículas eran así, pero a día de hoy las han ido cambiando por matrículas blancas alargadas estilo europeo). Esa imagen sí que era diferente, no había visto algo parecido en ningún otro país.
Lo primero que quería hacer tras bajarme del taxi era dejar mis maletas y descansar un poco, tras casi veinticuatro horas de viaje desde que salí de Zaragoza hasta que llegué allí, era, sin duda, lo que más necesitaba.
El lugar de mi hospedaje era un hasukjib. Un hasukjib es una casa regentada por una ajumma (la versión femenina de los ajoshis) o por una familia. Esa ajumma o familia vive también allí y normalmente prepara el desayuno y la cena cada día. La casa tiene varias habitaciones ocupadas normalmente por estudiantes, ya que por un precio barato (unos 200.000 wones al mes o 180 euros) tienes alojamiento y comida. Mi habitación tenía una cama individual, un escritorio con su silla, un armario, una televisión y conexión a internet por cable a donde rápidamente enchufé mi portátil. El baño estaba fuera de la habitación, pues era compartido. Tras despertarme de una larga siesta, exploré aquella casa, empezando por el baño y acabando por una veranda en donde cada día saldría a fumar y tomar el aire. El baño tenía un agujero en el medio del suelo. Pronto descubrí que esto era la norma en los baños coreanos; en vez de tener una ducha a parte o bañera, por lo general tienen directamente el tragadero en el suelo, cosa que al cabo de un tiempo descubrí que es bastante cómodo, pues no tienes que preocuparte de no manchar de agua el suelo, ya que todo el agua acaba al final en ese desagüe. Después de hacer mis necesidades disfruté de la cena coreana aderezada con kimchi (una suerte de col picante) que preparó la ajumma y medio conversé con ella con el poco coreano que sabía entonces. Ya comido y descansado, decidí salir por fin y ver la calle y el barrio en donde me encontraba.
Estaba en Shinchon, una zona universitaria con pujantes negocios, restaurantes, bares y moteles (u “hoteles del amor“). Precisamente eran moteles lo que más había alrededor de mi hasukjib. Aquellas calles no tenían aceras (como muchas otras de Seúl), y los coches que ocasionalmente pasaban me pegaban sustos de muerte, aunque pronto me acabé acostumbrando a ellos. Fui a un pyonhichom (tiendas abiertas 24 horas en las que venden un poco de todo) y decidí comprarme un paquete de tabaco, para sentarme a pensar que de verdad estaba en Corea mientras me fumaba un cigarrillo, cuyo humo era sorprendente suave —parecía aire—, pero este suave humo es algo a lo que, como todo lo demás, me acabé acostumbrando también. Mientras inhalaba y exhalaba pensaba en el interesante día que me esperaba, pues había quedado en unas pocas horas con una amiga que había conocido previamente por internet.
El sexo en Corea, como en muchos países, es un tema peliagudo. Hasta hace unas pocas generaciones podría decirse que era un tema tabú y sólo se debía mantener dentro del matrimonio. Este es el planteamiento general, lo cumplan o no, que siguen utilizando actualmente la gente de mediana y avanzada edad en Corea del Sur. Los jóvenes van cambiando de pareceres y no es nada extraño que las parejas de novios ya mantengan relaciones antes de casarse, aunque todavía queda gente conservadora también dentro del grupo de los jóvenes y gente más abierta dentro de los más mayores, pero obviamente es inevitable generalizar.
Sea como fuere, el sexo en Corea —y las relaciones en pareja antes del casamiento en general—, sigue siendo poco entendido y se tiene una visión de él un tanto pudorosa. En occidente el contacto físico en público o hablar de sexo de manera casual ya está aceptado por la mayoría y entendido como natural. Sin embargo en Corea del Sur y en Asia en general, suele evitarse el tema y la mayoría de la población es introducida en el sexo de manera algo más tardía que en occidente. Muchos de los jóvenes tienen su primera relación dentro ya de la veintena, y que una pareja de novios viva junta sigue viéndose de manera extraña e incluso “con malos ojos“, y muy raramente unos padres dejaran que la pareja de su hijo o hija vaya a dormir a su casa.
Pero claro, siempre surgen estratagemas para evitar estas restricciones generacionales, y lo curioso es que en Corea del Sur, un país algo “cerrado” para el sexo, ha desarrollado algunos negocios que dan mucha facilidad para esta práctica entre parejas a módicos precios, dando lugar así a otra paradoja o hipocresía tan común en este país asiático.
EL SEXO ENTRE PAREJAS
Como decíamos, el sexo en Corea, fuera del matrimonio está algo encubierto y la promiscuidad muy mal vista, y para seguir manteniéndolo encubierto existen dos tipos de establecimientos que facilita que las parejas se lo pasen bien sin tener que preocuparse por lo que piensen o digan los demás; los DVD bangs y los moteles.
DVD Bangs
DVD Bang quiere decir literalmente “habitación de DVD”, y son eso, locales con varias habitaciones privadas en las que puedes ver una película en DVD previamente seleccionada. Estos locales suelen tener un rango variado de películas, tanto americanas como coreanas (y alguna de otro país), y de todos los géneros (incluyendo el erótico). Pero la disposición de las habitaciones (como puede verse en la foto), da a lugar a que, o te quedes dormido, o si vas con pareja, llegues a intimar, ya que no hay un simple sofá, sino una especie de sofá-cama dónde reclinarte o tumbarte y a veces incluso también algún rollo de papel higiénico (para limpiarse las lágrimas después de ver un dramón, claro).
Estas peculiaridades de los DVD Bangs hacen que en la práctica la inmensa mayoría de la gente joven los use como picaderos, ya que son mucho más baratos que los moteles (unos 10.000 wones o 8 euros) y dan tiempo suficiente a hacer de todo y que sobre (lo que dure la película que elijas). No es de extrañar que Titanic siempre esté en el estante más visible.
Moteles
Los llamados moteles son básicamente hoteles preparados de tal manera para que las parejas puedan usarlo para pasar una noche o unas horas de intimidad. Están por todas partes del país (he visto alguno incluso en medio del campo) y hay de muchos tipos y precios, aunque normalmente suelen valer unos 80.000 wones la noche entera (unos 60 euros) y unos 30.000 wones unas tres o cuatro horas (unos 20 euros).
La mayoría de estos moteles disponen de garajes privados para que nadie vea quien entra ni quien sale, y las habitaciones, dependiendo del precio, incluirán más o menos cosas. Pero lo que nunca suele faltar es una amplia cama de matrimonio, una televisión, un ordenador con conexión a internet y una bañera con hidromasaje en un cuarto de baño con paredes de cristal tintado.
En la península Coreana, hasta que en el año 1443 el rey Sejong inventara el Hangeul, no se conocía otro sistema de escritura que no fueran los caracteres chinos. Los caracteres chinos se utilizaban fundamentalmente para escribir chino clásico. El uso constante del chino clásico dio lugar a que el significado y el sonido de estos caracteres de origen chino se integraran perfectamente en el idioma coreano, llegando hasta el punto que en la actualidad, más del sesenta por ciento de las palabras del idioma coreano son de origen chino.
Los caracteres chinos se denominan hanja en Corea. La propia palabra hanja (한자) es sinítica, pues viene de los caracteres 漢 (한), que quiere decir “el pueblo de Han“, y 字 (자), que quiere decir “letra“. A la escritura con hanjas también se le suele denominar Hanmun (한문), que quiere decir, literalmente, “escritura del pueblo de Han“. Los Han son la etnia mayoritaria de China.
Todos y cada uno de los hanjas tienen tanto un sonido —una pronunciación—, y un significado. Este significado normalmente puede ser ampliado a otros derivados. Tomemos como ejemplo el caracter 문 (mun) de la palabra 한문 (hanmun). El hanja de 문 es 文, y significa “escritura“. Así pues, 文 tiene el sonido “han“ y el significado “escritura“, y esto, en coreano, se transcribiría así: 文 문 글. Como veis, es una manera bastante concisa de indexar los hanjas, y de esta manera a un coreano le resultará muy fácil distinguir entre varios hanjas con la misma pronunciación.
El uso del hanja en el pasado
A pesar de que el hangeul hiciera su aparición en el siglo XV, la escritura se hacía primordialmente en chino clásico hasta bien entrado el siglo XIX. A partir del siglo XX, lo más común tampoco era escribir todo en hangeul como se hace ahora, sino en una escritura mixta en la que se empleaba el hangeul para las palabras puramente coreanas y los caracteres chinos para las palabras de origen chino.
Todo comenzó a cambiar con la división de la península. En Corea del Norte el uso del hanja se abolió rápidamente. En el sur, el uso de la escritura mixta todavía fue extendido hasta finales de los años 70 y principios de los 80, como se puede observar en fotos y carteles de la época.
Poco a poco, debido al desconocimiento general de la gente de a pie (el analfabeto en Corea reinó durante el siglo XX) y del poco fomento en la educación por parte del gobierno después de la guerra de Corea, los caracteres chinos han caído precipitadamente en desuso en Corea del Sur.
El último reducto de la escritura mixta quedó en los periódicos, que continuaron utilizándola, junto a la escritura vertical, hasta aproximadamente el año 1997.
El uso del hanja en el presente
El hanja, en la actualidad, a quedado reducido a un uso muy concreto y residual que se puede reducir a los siguientes contextos:
Cuando es precisoromper la ambigüedad de su significado de palabras de uso poco común debido a que la homofonía bastante extendida del idioma coreano. Esto se suele hacer escribiendo los hanjas determinado en un paréntesis al lado de la palabra:
En situaciones muy muy formales como pueden ser bodas o funerales:
Para abreviar los nombres de países en los titulares de los periódicos. Estos caracteres suelen reducirse a 北 (Corea del Norte), 南 (Corea del Sur), 韓 (Corea), 日 (Japón), 中 (China) y 美 (Estados Unidos).
En los carteles de tráfico y estaciones de metro, junto al hangeul:
En los nombres de algunas marcas y carteles de algunas tiendas:
La cadena de restaurantes 김가네 (Gimgane). Al lado se aprecian también los caracteres 名家 (myeongga), “empresa famosa“. Por alguna razón que desconozco, las palabras 名家 (myeongga), y 名品 (myeongphum), “producto de marca“, pueden verse bastante a menudo escritas en hanja en carteles.
En contextos más variados, como pueden ser la publicidad, y sin transcripción en hangeul cuando son hanjas muy básicos:
Los hanjas 日 y 食, que juntos quieren decir “una comida al día”
El hanja 水, que quiere decir “agua”.
El hanja 大, que quiere decir “grande”.
El hanja 月, que quiere decir “mes” o “luna”, muy utilizado en los calendarios junto a los hanjas para los días de la semana.
El futuro de los hanjas
La tendencia del uso de los hanjas en Corea ha sido claramente a la baja, y es un hecho que los jovenes coreanos de hoy en día no tienen el menor interés en esta forma de escritura. Sin embargo, mientras se siga enseñando en los institutos y teniendo el cuenta el valor cultural y aclarativo de los mismos, veo difícil que lleguen a desaparecer del todo.
Cualquier noche de otoño era oscura y fría, y el recio aire contaminado de la industrialización boyante se introducía en cualquier parte de la ciudad de tal manera que hacía que la gente no se molestara siquiera por el humo del tabaco, pues aquellos que fumaban se volvían menos sensibles a la contaminación, aunque el trabajo y la presión no fueran tan fácil de diluir.
Sólo el barullo de la multitud y las brillantes luces que los carteles de neón irradiaban podían transmitir un poco de humanidad a aquellas calles grises de Seúl.
Por aquel entonces, Corea del Sur estaba gobernada por una junta militar liderada por el general Chun Doo-Hwan, uno de los principales responsables de la infame Masacre de Gwanju de 1980. La juventud de la época tenía su libertad limitada en gran medida y no podía, por ejemplo, dar muestras de afecto en público, llevar minifalda o escote en el caso de las chicas o tener el pelo muy largo en el de los chicos. No podían tampoco escuchar música rock extranjera o ver películas americanas en el cine – más que nada porque no tenían la posibilidad material de acceder a estos productos -, y se acababa de levantar la prohibición de emitir la programación televisiva en color.
Uno de los pocos lugares en los que la gente joven podía disfrutar de un cierto grado de libertad, lejos de miradas ajenas, eran unos particulares bares, conocidos como casas de té, en los que se podía escuchar música variada (음악다방). Estos bares normalmente eran bastante pequeños y estaban llenos de humo y gente joven charlando, fumando, ligando, bebiendo café o té y, sobre todo, escuchando música que probablemente no tenían la oportundiad de escuchar en otra parte.
La música de una casa de té era elegida cuidadosamente por un pinchadiscos para satisfacer los gustos de una juventud vanguardista, aunque hay que tener en cuenta que, la música que hacían los jóvenes coreanos de la época, que no habían tenido la oportunidad de escuchar mucha música occidental, no se parecía mucho a lo que los jóvenes del resto del mundo escuchaban por aquel entonces. Así que la música “de vanguardia” en Corea en los ochenta era, en realidad, una gran cantidad de baladas con cierto aire folclórico y letras vagas (debido esto también a la censura), de entre las que sin embargo sobresalía alguna que otra canción de significado profundo y cantada por alguien con una voz emotiva y admirable. Estas voces de gran calidad, mezcladas con el sonido de las guitarras eléctricas y con un toque ochentero de baterías eléctricas y bajos profundos -pequeña reminiscencia que pudo penetrar en Corea de la música occidental -, quizás transmitieran un sentimiento joven y vigoroso que probablemente se magnificara en aquellos ambientes underground y cargados de humo de las casas de té.
He aquí algunos ejemplos de la música coreana de principios de los ochenta:
Los sitios donde la gente vive pueden ser en gran medida un espejo del modo de vida, y es através del modo de vida de la gente como se pueden descubrir las peculiaridades de una sociedad determinada.
Una de las características de la sociedad coreana es la existencia de un fuerte sentimiento patriótico e identidad cultural, producto de, entre otras cosas, el hecho de que la preservación de los aspectos característicos de la cultura coreana ha sido amenazada por otras culturas durante múltiples ocasiones a lo largo de la historia.
Estos aspectos culturales característicos están bien arraigados en la sociedad coreana y sus gentes, y pese a las amenazas externas, han poido ser preservados a lo largo del tiempo. Teniéndo esto en cuenta, también hay que decir que con la vertiginosa transformación del país en los últimos tiempos, se ha desarrolado una idiosincrasia cultural particular de finales del siglo XX y principios del XXI, que está igual o más afianzada que las viejas costumbres y de ahí que sean los aspectos de ésta los que más facilmente pueden apreciarse en un hogar coreano moderno.
Un visitante extranjero que entre a una casa como en la imagen de arriba quizás pueda percibir algunos de estos indicadores genuinos de la sociedad coreana.
Pero si la imagen de arriba nno es suficiente para diferenciar una casa coreana normal de una occidental, Yeondoo Jung nos da el privilegio de poder adentrarnos en treintayún salones coreanos diferentes y ver quien vive (o pudiera vivir) en cada uno de ellos, para que podamos entender qué es aquello en lo que nos diferenciamos, para alcanzar un mayor nivel de comprensión e integración en una cultura diferente.
Sin embargo, sabiendo que de las diferencias culturales siempre se pueden obtener interpretaciones negativas, Yeondoo Jung, en un trabajo posterior, decide apaciguar estas diferencias, en vez de resaltarlas, inmersándose en la mente de los niños a través de una serie de dibujos infantiles escogidos por ser particularmente interesantes.
Los niños no han alcanzado todavía el nivel de complejidad, variedad y a veces contradictoria mentalidad de los adultos y, por consiguiente, son más inocentes y menos excluyentes, de ahí que aquellas diferencias culturales de las que antes hemos hablado no puedan ser fácilmente reconocidas en los dibujos de un niño. Al final, una casa es siempre una casa , un salón es siempre un salón dondequiera que esté, o… ¿acaso los niños piensan otra cosa?
Yeondoo Jung es un fotógrafo coreano con base en Seúl que se volvió internacionalmente famoso por sus interpretaciones fotográficas de dibujos hechos por niños.
El año anterior, se habían celebrado en Seúl las olimpiadas de verano con un indiscutible éxito internacional, en las que participó incluso la Unión Soviética (en plena perestroika), dejando así atrás viejos boicots derivados del ambiente de la guerra fría.
Corea del Norte vio en el ello el potencial que podían tener los eventos internacionales y para justificar, defender y enaltecer su sistema e ideología frente a las surcoreanas se vio en la obligación de ser el anfritión de un evento que, aunque no fuera de la misma magnitud que la de unos juegos olímpicos, sí que atraería la participación de una alta cantidad de países (y no sólo comunistas). Se trataba del 13 Festival mundial de jóvenes y estudiantes, celebrado en Pyeongyang.
Aquí se puede ver un video del ambiente del festival en el día de la ceremonia de apertura:
Con motivo de tal evento, se organizó la Marcha Internacional por la Paz y la reunificación de Corea, que, en la parte norcoreana iría desde el monte Baekdu, en la frontera con China, hasta Panmunjom, en la frontera con Corea del Sur y duraría siete días. Llegaron a participar en esta marcha cuatromil personas de treinta países diferentes, que tenían como objetivo final reunirse con los participantes surcoreanos, que comenzarían en el monte Halla en la isla de Jeju y terminarían también en Panmujom.
Pero las autoridades surcoreanas, que en aquellos años aplicaban la Ley de Seguridad Nacional rigurosamente, prohibió tal marcha y arrestó a los participantes.
Con todo y eso, si que hubo una ciudadana surcoreana que consiguió ser partícipe de aquella marcha internacional, pero no porque escapara a las autoridades surcoreanas, sino porque escapó a Corea del Norte para ver las cosas desde otra perspectiva.
Su nombre era Im Soo Kyung y aquí comienza su historia. Soo Kyung, consciente de la celebración del Festival Internacional de Jóvenes y Estudiantes que se iba a celebrar en Pyeongyang, decidió ir a verlo con sus propios ojos sin el permiso del gobierno surcoreano. Para ello tuvo que hacer un largo viaje con escalas en Japón, Alemania Occidental y Alemania Oriental, para llegar al aeropuerto de Pyeongyang en el día 30 de Junio de 1989.
Las noticias de que una representante de Corea del Sur iba a llegar a Pyeongyang pronto se esparcieron en Corea del Norte y antes de su llegada, montones de gente le iban a estar esperando, tanto en el aeropuerto como cerca del hotel en el que se iba a hospedar y en donde iba a dar su primera conferencia junto a unos coreanos americanos que también venían desde Berlin Oriental.
En las calles colindantes al Koryeo Hotel, abarrotadas de gente, pronto se oyó el sonido proviniente de un altavoz; «¡Ciudadanos de Pyeongyang! Demos una calurosa bienvenida a la representante surcoreana que va a hacer su llegada a Pyeongyang, la ciudad anfritiona del festival. La juventud surcoreana, a la que sólo podíamos imaginar en nuestras mentes pero que siempre quisimos conocer. La juventud del mundo, que ha atravesado montañas y océanos para estar aquí. ¿Cómo podemos expresar nuestro deleite de conocer y dar la bienvenida a la juventud surcoreana a Pyeongyang que ha tenido la voluntad tan fuerte de ser partícipe de este festival tanto como para enfrentarse al gobierno surcoreano? Tras oír que la juventud surcoreana iba a llegar, incluso aquellos que sólo pasaban por aquí se han parado a esperar sin aliento tan sólo para verla.
¡A los estudiantes que han venido hasta Panmujon, tras superar el riesgo y el sufrimiento, nuestro deseo también es la reunificación! Nadie puede impedir que los 70 millones de srucoreanos que gritaron hasta quedarse roncos y que sufrieron todo tipo de tortura y violencia dejen de expresar su patriótico deseo de reunificación. ¡Todo el mundo, demos una calurosa bienvenida a la juventud surcoreana!».
Norcoreanos enfrente del hotel expectantes ante la aparición de Im Soo Kyeong
En el año 1911, Corea llevaba siendo sólo un año colonia japonesa, y todavía estaba muy arraigado un sistema clasista en el que unas pocas familias vivían estupendamente a costa de la gran mayoría de población campesina que sufría estragos para sobrevivir.
La familia Choi, era una de esas pocas familias agraciadas de nobles, o yangbang, como se les conocía en Corea, que disfrutaban de gran holgura. Nuestra protagonista, Seunghee, nació ese año en esa familia, y su vida, de haber sido en otra época, hubiera transcurrido cómoda y tranquilamente sin pena ni gloria, pero el mundo estaba cambiando e iba a cambiar todavía más, y a Seunghee, todos estos cambios le pillaron de pleno.
Hasta cumplir los 15 años, la vida de Seunghee Choi transcurrió según lo esperado, graduándose en el instituto Sookmyung con excelentes calificaciones, pero, eran los años 20, y la gran influencia occidental traída a la península coreana por Japón, causaban un gran impacto, por lo exótico y por la novedad, en los jóvenes y adolescentes pertenecientes a familias adineradas de la época, y la joven Seunghee también se dejó seducir por los aires de vanguardia y se le antojó viajar a Japón para convertirse en bailarina profesional. Así pues, oponiéndose a los deseos de su padre de que estudiara derecho, ingresó en el prestigioso instituto de danza y coreografía de la bailarina de bailes modernos Baku Ishii. Parecía que Seunghee había tomado el camino correcto, pues pronto destacó como una de las bailarinas más talentosas de la escuela. Aunque parecía no olvidarse de sus orígenes, pues consiguió desarrollar un estilo propio de baile moderno basado en las danzas tradicionales coreanas, la joven bailarina se estaba adaptando e integrando perfectamente en la sociedad japonesa. Todo el mundo la conocía como Sai Shoki, su nombre japonizado, y comenzó a suscitar la atención de los intelectuales japoneses de aquel entonces.
En el año 1929, sin embargo, decidió desglosarse del Instituo Ishii para fundar su propio instituto de danza en Seúl. Allí, en la península coreana, conoció a un distinguido crítico literario, Mak Ahn, y se casó con el a la edad de 20 años. Los años 30 significaron para ella la ascensión a la gloria y a la mayor fama y poco a poco se fue convirtiendo en una de las artistas más consideradas en la sociedad coreana, japonesa y asiática en general. Todo comenzó cuando en 1934, consiguió embaucar al entonces ilustre y célebre escritor japonés Yasunari Kawabata (Premio Nobel de literatura en 1968), quien se convirtió en su mecenas y se dedicó a lanzarla por el mundo. Kawabata quedó tan prendado de la personalidad de Seunghee que incluso llegó a escribir un relato basado en ella, titulado La bailarina.
Poco a poco, la bailarina, se fue haciendo más célebre, e incluso debutó en el cine con gran éxito con una película semiautobiográfica llamada Bailarina de la península (반 도의 무희), que se mantuvo en cartelera durante cuatro años consecutivos. Gracias a Kawabata y a su gran talento, Seunghee pudo viajar alrededor de todo el mundo, algo que en aquella época muy pocos privilegiados podían hacer. A parte de en Japón y Corea, Seunghee estuvo bailando en China, Estados Unidos, Francia, Alemania, Bélgica, Argentina e incluso España. Llegó incluso a formar parte del jurado del Segundo Concurso Internacional de Danza de Bruselas en el año 1939. A lo largo de todos estos viajes y éxitos, la éxotica bailarina asiática se pudo codear con grandes personalidades internacionales de la época como Jean Cocteau, Pablo Picasso, Henry Matisse, Walt Disney, Charlie Chaplin, Robert Taylor y muchos más. Las cosas no podían ir mejor para Seunghee Choi, pero, derrepente, el mundo entero se vio acechado por una desastrosa guerra que perjudicaría a todos.
A Seunghee se le empezó a ver actuando en las bases japonesas para levantar la moral de los soldados. Quizás lo hiciera por mera supervivencia, pero el caso es que la guerra llegó a su fin y Japón fue una de las naciones derrotadas, y los surcoreanos no tardaron en acusar a su antes aclamada bailarina de “artista fascista” y traidora. Al final de la guerra, pues, el destino de Seunghee parecía incierto, pero pronto se vio respaldada por su marido, que había adoptado las convicciones comunistas que por aquel entonces se extendían de manera esperanzadora y, vale decirlo ahora, ingenua, por el mundo. Es por eso que, la recién nacida Corea del Norte les parecía un destino idóneo para desarrollar una carrera artística en lo que prometía ser una nación encaminada hacia el progreso y el bienestar social. La pareja, debido a su fama e influencia, pronto adquirió importantes puestos en el gobierno norcoreano. Inmediatamente conocida esta notica en Corea del Sur, el gobierno surcoreano prohibió deliberadamente cualquier representación de los trabajos coreográficos de Seunghee e incluso la mera pronunciación de su nombre, prolongándose esta prohibición nada más y nada menos que hasta el año 1989.
En los años 50 pudo reabrir otra vez un instituo de danza en Pyeongyang y estuvo enseñando junto a su hija a numerosos alumnos. Sin embargo, por aquel entonces, Kim Il Sung, el presidente de la nación norcoreana, comenzó a implantar una fuerte dictadura al estilo estalinista que truncaría los sueños y esperanzas de muchos de los compatriotas coreanos que se habían instaurado en Corea del Norte con la esperanza ilusoria de un futuro mejor. Esta dictadura desembocó en una purga contra cualquiera que suscitara oposición a las formas de Kim Il Sung y su gobierno que afectó directamente a la bailarina de la península y su marido.
Seunghee Choi y todo su trabajo desaparecieron de la vida pública en 1967. Desde entonces, todo aquel que se acordara de ella, en cualquiera de las dos Coreas, se veía obligado a hacerlo encerrado en la misma nostalgia silenciosa que probablemente sufriera nuestra exótica bailarina al final de sus días.
En Febrero del 2003, el gobierno norcoreano anunció que murió en 1969 a la edad de 58 años.
Además de bailarina, Seunghee era una cantante de Jazz amateur y nos ha dejado su dulce voz en esta nostálgica grabación: