jueves, 26 de junio de 2014

La opinión pública en Corea del Norte


Interesante artículo escrito por Andrei Lankov, un académico licenciado en Estudios Orientales,profesor en la Universidad Kookmin en Seúl y autor de varios libros sobre Corea.
Tímido glasnost en Corea del Norte
Cuando hablo sobre Corea del Norte a menudo me preguntan sobre la estabilidad de su régimen, que cuánto se supone que va a durar. Bajo el riesgo de que se me acuse de aplicar de una manera no crítica mis experiencias soviéticas en Corea del Norte, aún me gustaría especular un poco sobre este asunto utilizando mi propio trasfondo soviético.
Como alguien que ha pasado su infancia y juventud en la antigua Unión Soviética, me suelen preguntar sobre las circunstancias que llevaron al colapso de lo que una vez fue un grande e inescrutable superpotencia. La gente se sorprende cuando les digo que, a finales de los años setenta, a veces hablaba con mis conocidos (gente urbana y joven) sobre la posibilidad del colapso de la Unión en un futuro más o menos cercano.
Para cuando Mikhail Gorbachev ya apuntaba maneras dentro del aparato soviético, era evidente para muchos de nosotros que el estado soviético no era sostenible a largo plazo.
La Unión Soviética de los últimos setenta —la que yo viví en mi época de instituto— no era un país lleno de heroicos disidentes contra fieros agentes de la KGB o fanáticos comunistas inclementes. Ese tipo de gente quizás sí que existiera, quién sabe, pero yo, en toda mi vida, nunca me encontré con alguien así.
En los años setenta la disidencia abierta era bastante rara en el país. Los disidentes eran un grupo pequeño y más bien aislado; unos pocos miles de miembros activos que, sí que es verdad, contaban con decenas de miles de simpatizantes. La mayoría de los disidentes vivían en Moscú y eran miembros de las familias mejor educadas y más pudientes de la Unión Soviética. Un chico de la clase obrera como yo lo tenía difícil para encontrarse con gente así en su día a día.


Es posible que, de la misma manera, existieran también verdaderos fanáticos comunistas, pero está claro que en mi entorno no los había. El soviético medio de mi época de juventud no creía al cien por cien la propaganda oficial, pero tampoco estaba preparado para enfrentarse al gobierno.
Todo el mundo, gente de todas las edades y de todas las clases sociales, llegaba a reconocer que el sistema no había logrado cumplir su promesa inicial de igualdad y prosperidad. Sabíamos que el nivel de vida en el mundo desarrollado occidental era mucho mejor que el de la Unión Soviética. No nos importaba que el nivel de vida de la mayoría del planeta fuera algo inferior al nuestro, ya que no nos comparábamos con países como Burma o Bolivia.
Mucha gente comprendía la necesidad de un cambio, aunque nadie se ponía de acuerdo exactamente en qué tipo de cambio sería el mejor. Una minoría pequeña pero notable sentía nostalgia de los tiempos del «gran» Stalin cuando «todo estaba en orden y todo el mundo sabía lo que tenía que hacer» La mayoría, sin embargo, miraba hacia Occidente, hacia el desarrollado mundo capitalista.
En los años ochenta a la mayoría de los soviéticos les resultaba bastante difícil pensar que el capitalismo era el camino a seguir —después de todo, durante tres generaciones aquella infame palabra había guardado connotaciones altamente negativas en la psique soviética. Sea como fuere, el cambio era visto como algo necesario por todos y nadie daba apoyo incondicional a las posturas del gobierno ni aceptaba ciegamente la ideología imperante.
Cuando tengo que hablar con norcoreanos en otros países pienso en mi juventud. Esta gente de la que hablo no son disidentes o refugiados, son sólo personas que están en estos otros países como mano de obra o para realizar ciertos negocios bilaterales. La mayoría de ellos asumen que, al cabo de un tiempo, volverán a Corea del Norte, aunque alguno quizás haya pensado alguna vez en el exilio.
Lo que es interesante, sin embargo, es que el ánimo que veo en ellos es curiosamente similar al de la Unión Soviética en los años setenta. La gente no está lista todavía para poner en tela de juicio el sistema abiertamente, pero hablan con franqueza sobre el hecho de que dicho sistema no está yendo hacia la dirección adecuada. Dicen que se tiene que hacer algo —aunque no se pongan de acuerdo en qué es ese algo— y entienden que Corea del Norte no puede continuar como hasta ahora para siempre.
Nadie se debería sorprender sobre esos pareceres. Durante casi setenta años el gobierno norcoreano ha prometido que en un futuro cercano convertirán el país en un paraíso terrenal en el cual todo será perfecto. En la mayoría de los casos dichas afirmaciones se hacían en tiempos difíciles, pero se explicaba que esas dificultades eran debidas bien a confabulaciones hechas por enemigos malignos y calculadores o bien a la mera mala suerte.
Aquel mensaje es muy parecido al de la propaganda soviética. Tanto en la U.R.S.S. como en Corea del Norte esta propaganda era y es creída por una notable parte de la población —al fin y al cabo la promesa de un paraíso comunista es tentadora, y pocos niegan que el proyecto socialista no tenga obstáculos impuestos por decididos (y quizás también calculadores) enemigos.
Pero con el paso del tiempo y los cambios generacionales ese paraíso prometido nunca se ha materializado. Así pues, la gente ha cosechado dudas sobre estas promesas del gobierno y más aún teniendo en cuenta que poco a poco se ha ido infiltrando en el país información acerca del mundo exterior. La gente ha comenzado a darse cuenta que los llamados «esclavos de los malvados capitalistas» en realidad viven con más libertad y más dinero que ellos.
Quizás no sea políticamente correcto decir esto pero, en la Unión Soviética, fue fundamental la relajación de la vigilancia y el control tras la muerte de Stalin en 1953. La segunda mitad de los años cincuenta fue un tiempo de gran liberalización política. El número de presos políticos descendió mil veces en sólo unos años (posiblemente sea la mayor excarcelación de presos políticos sin revolución o cambio político en la Historia). Como consecuencia se volvió cada vez más seguro criticar al régimen en la habitación o  en el salón de uno.
Contrariamente a lo que muchos piensan, Corea del Norte ha experimentado también en la última década una notable relajación del control interno, aunque esta relajación es mucho menos drástica que la de la Unión Soviética en los años cincuenta. Algunas de las acciones que eran severamente castigadas veinte o treinta años atrás (como por ejemplo el traspaso ilegal de la Frontera) son consideradas ahora pequeños delitos.
Las posibilidades de ser arrestado por un delito pequeño también han descendido mucho, aunque Corea del Norte siga teniendo probablemente el ratio más alto de prisioneros políticos dentro de la población total del país.
En una situación así no es sorprendente que los coreanos del norte estén preparados para hablar de política. Obviamente son más reacios que la ciudadanía soviética de los sesenta y setenta, pero de todos modos está claro que la gente cada vez es menos condescendiente con la incompetencia y la mala gestión de su gobierno, y está lista para quejarse sobre ello con sus familiares y amigos. Esto es un nuevo paso y a largo plazo dicho paso puede tener un serio impacto en la estabilidad interna del régimen norcoreano.
Por supuesto cabe decir que el descontento general con la ideología oficial y el escepticismo sobre las promesas del gobierno no se traducen directamente en una voluntad de apoyar una revolución para cambiar el sistema y menos de iniciar dicha revolución.
De hecho el malestar y las quejas nunca han iniciado una revolución por sí sola, tiene que haber otros factores. El primero y más importante es que tiene que existir una red capaz de conectar a la gente y permitirles el intercambio de opiniones y noticias. También es importante existencia de grupos de oposición o al menos de un núcleo potencial de los mismos.
En los últimos años del comunismo en Europa del Éste estos grupos eran a menudo de una naturaleza aparentemente no política, pero haberlos habíalos (asociaciones de folclore en los países bálticos, grupos de defensa del medioambiente en Rusia, grupos religiosos, etcétera). Perece que al menos hasta ahora Corea del Norte ha entendido cuán peligrosos son estos grupos y se ha esforzado en gran medida en impedir su formación.
Sin embargo parece que a pesar de esos esfuerzos el compromiso con las ideas oficiales está de capa caída en la actual Corea del Norte. Francamente, no creo que haya algún disidente político en el país, pero sí que creo que debe ser muy difícil encontrar gente que confíe de verdad en el régimen a día de hoy; tal como ocurría en la Unión Soviética de los años setenta.

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